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Centre Cultural Teresa Pàmies

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Hoy compartimos un extracto del artículo de Jaume Prat Ortells, sobre el edificio de los arquitectos Víctor Rahola y Jorge Vidal, el Centre Cultural Teresa Pàmies. El Edificio Collage como se conoce a este Centro Cultural, se encuentra ubicado el pleno corazón del Eixample, en la calle Comte d’Urgell145 y es el punto de partida de nuestro tour BARCELONA & URBANISM. Por eso estamos encantados de compartir este estupendo texto que nos ayuda a entender la complejidad de un proyecto que nos parece genial.

Las escuelas finlandesas.

El sistema educativo finlandés es la piedra de toque con la que se suelen medir otros sistemas educativos básicamente por la atención que éste dispensa a la educación primaria: para recoger buenos frutos hay que sembrar, lo que implica aspectos para ellos obvios como poner a la flor y nata de la sociedad a enseñar a los niños pequeños.

Hay, sin embargo, un aspecto de este sistema educativo que sale poco en los debates: su arquitectura.

Los finlandeses no construyen escuelas.

Los finlandeses construyen centros cívicos, equipamientos complejos de muchas funciones. Pueden mezclar tranquilamente un centro de día, una biblioteca, un ambulatorio y una escuela. Todos entran por la misma puerta. Hay un espacio de recepción común. La gente se mezcla. La arquitectura educa tanto como los libros, y no lo hace a partir de sus bondades estéticas, sino a partir del programa: la gente no se segrega. La sociedad es una, y así se construye.

Apilar funciones. 

El Centre Cultural Teresa Pàmies representa la conjunción feliz de una arquitectura sobresaliente (a cargo de los arquitectos Víctor Rahola y Jorge Vidal) y una administración que se comporta como si fuese el cliente ideal. Primero, la elección del solar: largo, profundo, entre medianeras, en el corazón del Ensanche de Barcelona: un solar más que podría contener viviendas u oficinas, un solar que se mezcla con los otros y crea ese tejido urbano heterogéneo tan necesario para que una ciudad sea una ciudad.

Segundo, el programa: una guardería, una biblioteca, un centro cívico en un solar donde parece que no tuviese que caber nada, más los servicios comunes adicionales que se producen cuando decides poner todo esto junto: una entrada común, una administración, un auditorio que resultará más barato porque podrá ser aprovechado por cualquiera de estos programas e incluso alquilado a terceros.

La arquitectura se resuelve apilando todo esto en vertical, y haciéndolo de manera contraintuitiva. Aparentemente la distribución en altura se debería realizar poniendo aquello que requiere mover menos gente arriba y lo que mueve más abajo.

Pues no.

Arriba está la pieza más grande y concurrida de todas: la biblioteca (con su propio nombre: el del fotógrafo Agustí Centelles), en contacto con la luz cenital, ofreciendo unas vistas y una relación privilegiada con la ciudad. Una batería de ascensores-lanzadera lleva a la gente desde la planta baja arriba. Los ascensores se disponen en la fachada que da a la calle y su movimiento también hace ciudad.

En el sótano, el centro cívico. Mucha luz a través de patios de buena medida.

En la planta baja, la entrada y los servicios comunes. La guardería queda pillada en sándwich entre estos equipamientos, oxigenada por una gigantesca terraza, casi un patio, que da al patio interior de manzana que, lástima, no se urbanizó como querían los arquitectos, que propusieron compactar al máximo la edificación (lo que además es más barato) para dejar la parte posterior convertida en una selva, un pedazo de naturaleza virgen en medio de la ciudad. Ahora encontramos ahí unos parterres anodinos y cuatro arbolitos. Pero igual tampoco está mal del todo. O sea: ya tenemos en Barcelona una escuela construida a la finlandesa.

La arquitectura usa sus armas para lidiar y pacificar todo este maremágnum: la proporción, el color, la compensación de volúmenes: mecanismos pictóricos y escultóricos que han conseguido que el resultado final sea atractivo, lleno de rincones, de espacios de estar y de trabajo agradables, cómodos y funcionales.

La conjunción de todos estos factores lo convierte en uno de los mejores equipamientos urbanos construidos en Barcelona en los últimos años.

Rahola y Vidal, los padres de la criatura, llamaron a este artefacto Edificio Collage. Discrepo absolutamente de este nombre. No se trata de un collage, sino de un organismo completo y coherente hecho, eso sí, de retales, de pedazos, ensamblando cosas aparentemente autónomas hasta que el resultado final cobra vida por sí mismo: ahí está de nuevo la Criatura de Frankenstein.

Sólo que esta vez estamos preparados para asimilarla. 

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